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lunes, 1 de junio de 2009

¡Qué pena!

Por: Macky Arenas

Ni aún teniendo acceso a dólares es cómodo viajar en estos tiempos. Nada más por no escuchar la pregunta: “De dónde lo sacaron?”, uno opta por salir de este país sólo por motivos ineludibles.


Es que no sólo da pena el lenguaje soez y la crasa ignorancia, da pena la osadía que grita a los cuatro vientos que el personaje es de buche y pluma.


Qué vergüenza los dimes y diretes, los corre-ve-y-dile, el discurso pa´tras y pa´lante, la guapetonería que dura hasta que otro más guapo le dice: “Acepto el reto!”, la diplomacia de vacilón y el turismo multimillonario de oligarquía sin clase.


Qué pena ajena que la visita constate “in situ” el proyecto-barbarazo en pleno desarrollo. No sabe uno dónde meterse, a sabiendas de que todos saben lo que uno sabe.


Da pena que la desmesurada custodia revele que los terrones nocturnos se extienden a las luminosas horas del día. Qué pena que la exageración manifiesta devele la carencia encubierta.


Da mucha vergüenza el arrugue que se esconde detrás de la amenaza; da vergüenza la indignidad de quienes se someten al escarnio de la humillación pública; da vergüenza llamarse poder y tener siempre la “p” en minúscula; da vergüenza ser peones de turno en el macabro ajedrez y da más vergüenza que todo el mundo se de cuenta.


Da mucha pena tener que secuestrar la audiencia para poder ser escuchado. Y más pena da que nadie crea nada.


Da mucha pena que la honorabilidad y la decencia hayan escapado por la izquierda, la prosperidad se esconda en la derecha y la confianza ni siquiera se asome por aquí.


Da mucha pena que no haya nada nuevo bajo el sol, no obstante el largo recorrido; que todo ya esté inventado y que si de reinventar se trata, esté agotado el inventario. Da pena el desgaste, el descenso, el deterioro.


Da pena la mentira, a falta de verdades. Da pena le emboscada, a falta de coraje. Da muchísima pena el desespero a falta de respaldos.


Qué pena ajena sentir tanta vergüenza; qué pena ajena tener qué explicar cómo es que existe y llegó donde llegó; qué pena cuando los contrastes rebajan y sonrojan; qué pena tan arriba y tan poquito.


Qué pena no escuchar crecer la hierba, no tirar puentes sino abrir frentes. Qué pena ignorar las alertas tempranas. Qué pena no aprender de la experiencia.


Qué pena no contar leales sino subalternos. Qué pena no contar amigos sino comprar conciencias. Qué pena y qué vergüenza retroceder tanto en tan poco espacio. Qué pena que el abismo esté tan cerca.

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